Elena García Carrasco
Psicóloga y Especialista en Género
“No hay herida que no sea recuperable”
Boris Cyrulnik
Durante décadas el pensamiento hegemónico dominante en el ámbito de la Psicología ha venido considerando que las respuestas naturales de los seres humanos ante la experiencia de situaciones adversas o traumáticas (desde la pérdida de un ser querido, la vivencia de catástrofes naturales, por ejemplo, hasta la tortura, la violencia de género y la trata de seres humanos en particular) se traducían inevitablemente en signos de estrés postraumático o sufrimiento, infravalorando la capacidad natural de las personas para afrontar este tipo de situaciones, además de homogeneizar y normalizar un tipo de respuesta determinada. Revisiones posteriores de estudios realizados sobre la exposición de personas a situaciones violentas o amenazantes para la vida, revelaron que la gran mayoría de ellas no manifestaban psicopatología posterior, sino que la gran mayoría de los casos mostraban un perfil de funcionamiento saludable que sugería una trayectoria resiliente. Así, frente a la asunción de una respuesta natural negativa tras la experiencia traumática, la resiliencia, es decir, la capacidad de resistir y rehacerse, de crecer ante la adversidad, fue considerada como un “estado patológico o algo extraño que aparece en personas excepcionalmente sanas”1
Sin embargo, la resiliencia, más allá de lo que en un primer momento pudiera parecer, es una capacidad inherente al ser humano y por tanto universal; es dinámica, pues no siempre se manifiesta o aparece de la misma forma a lo largo del desarrollo evolutivo y, por tanto, no es absoluta ni se adquiere una vez para siempre, sino que es un proceso que se construye en constante interacción entre el sujeto y el entorno y que puede manifestarse de muy diferentes formas en función del contexto sociocultural, sin olvidar el peso que desempeñan los estereotipos y las desigualdades de género. A día de hoy encontramos en la literatura un gran número de definiciones sobre la resiliencia, las cuales parecen compartir una serie de características definitorias de la misma:
- Es un proceso, y por tanto, se puede enseñar y en consecuencia aprender.
- Es un producto resultado de la interacción sujeto-entorno (familia, comunidad, estado, etc.).
- Comprende habilidades o capacidades para enfrentarse de manera adecuada (según la realidad cultural) a las situaciones adversas.
Estas características conducen inevitablemente a la formulación de las siguientes preguntas: ¿cuáles son los factores o mecanismos de protección internos y externos que actuarían como amortiguadores del posible daño psicológico tras la experiencia traumática? y, por otro lado, ¿cuáles son las estrategias para promover la resiliencia? La respuesta a la primera de ellas viene de la mano de Wolin y Wolin, quienes plantean una serie de factores de protección internos denominados Pilares de la Resiliencia2:
Introspección: Capacidad de preguntarse a sí mismo/a y darse una respuesta honesta.
Independencia: Capacidad de mantener distancia emocional y física sin caer en el aislamiento. Saber fijar límites entre uno/a
mismo/a y el entorno.
Capacidad de relacionarse: Habilidad para establecer relaciones interpersonales incluyendo relaciones íntimas y equilibrar
la propia necesidad de afecto con la actitud de brindarse a otros/as.
Iniciativa: Gusto de exigirse y ponerse a prueba en tareas cada vez más exigentes.
Humor: Encontrar lo cómico en la propia tragedia.
Creatividad: Capacidad de crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden.
Moralidad: Extender el deseo personal de bienestar a toda la humanidad y capacidad de comprometerse con valores.
Por otro lado, factores de protección externos o ambientales3 serían la familia, el colegio, la comunidad, etc. y se caracterizarían
por: fomentar vínculos estrechos entre las personas, valorar y promover la educación, establecer normas y leyes de conducta, brindar acceso a los recursos para satisfacer las necesidades básicas (salud, educación, vivienda, trabajo, etc.), alentar la actitud de compartir responsabilidades, prestar servicio a otros/as y facilitar “la ayuda requerida”, apreciar los talentos de las personas, fomentar el desarrollo de valores prosociales (ej: altruismo) y estrategias de convivencia, entre otros.
La segunda de las preguntas, relativa a cómo promover la resiliencia, viene de la mano de Milstein y Henderson quienes desarrollaron un modelo de seis pasos conocido como la Rueda de la Resiliencia4 que establece una serie de estrategias orientadas a la potenciación de fortalezas y otras para la reducción de riesgos. Entre las primeras estarían el brindar afecto y apoyo, establecer y transmitir expectativas elevadas y brindar oportunidades de participación significativa. En relación a las segundas, hablaríamos de establecer vínculos prosociales, fijar límites (establecimiento de normas, por ejemplo) y enseñar habilidades para la vida.
Uno de los conceptos íntimamente relacionado con el de resiliencia es el de crecimiento postraumático o aprendizaje a través del proceso de lucha5. Son los psicólogos Calhoun y Tedeschi quienes lo definen como “el cambio positivo que un individuo experimenta como resultado del proceso de lucha que emprende a partir de la vivencia del suceso traumático” y que “le lleva a una situación mejor a la que se encontraba antes de ocurrir el suceso”, es decir, observaron que muchas personas extraían un aprendizaje y crecimiento personal de la vivencia de una situación traumática y que esto se reflejaba en cinco dominios o ámbitos6 :
- incremento en la apreciación del valor de la vida
- sentido de que la vida brinda nuevas posibilidades
- incremento de la fortaleza personal
- fortalecimiento de las relaciones personales, especialmente con las personas más cercanas
- cambios espirituales positivos.
Es obvio y lógico pensar que no todas las personas van a responder, durante y tras la experiencia de un suceso traumático, atendiendo a patrones de conducta (cognitiva, fisiológica y motora) similares, sin embargo, existe un tipo de personalidad, la denominada personalidad resistente (hardiness), que parecería estar particularmente protegida frente a situaciones traumáticas o estresantes y que además, estas situaciones podrían suponerle oportunidades de crecimiento. Este tipo de personas se caracterizan por tener un alto grado de compromiso con lo que hacen a nivel personal y profesional, además de mostrarse más optimistas a la hora de afrontar situaciones amenazantes; muestran un elevado control sobre las situaciones que les rodean y en su capacidad para influir en ellas, y por último, consideran que la vida es también cuestión de suerte. Por tanto, “estas personas disponen de estrategias de afrontamiento que les permitirían sentirse menos desafiadas por el trauma, y postulamos que la lucha contra el trauma es el elemento crucial para el crecimiento postraumático”7.
1 Bonanno, G.,Loss. Trauma and human resilience. Have we underestimated the human capacity to thrive after extremely aversive events. American Psychology, Vol. 59, No.1, 2004, pp. 20-28, pp.20.
2 Wolin y Wolin, 1999 en Villalba, C. El enfoque de resiliencia en trabajo social. Universidad Pablo Olvide, 2004, pp.8.
3 Camargo, M. La aplicabilidad del enfoque Resiliencia en la Escuela. Universidad Complutense de Madrid.
4 Milstein y Henderson, 2003 en Barranco, C. Trabajo social, calidad de vida y estrategias resilientes. Portularia Vol. IX, No. 2, 2009, pp 133-145.
5 Conviene aclarar que en el estudio de la resiliencia y el crecimiento postraumático coexisten dos corrientes principales: norteamericana y francesa. Para la primera ambos conceptos son independientes, mientras que para la segunda la resiliencia no es solo la capacidad de salir indemne de una experiencia traumática, sino también la capacidad de aprender y mejorar ante la experiencia de una situación traumática.
6 Calhoun, L.G., Tedeschi, R. Beyond recovery from trauma: implications for clinical practice and research. Journal of Social Issues, Vol. 54, No.2, 1998, pp.357-371, pp.358.
7 Calhoun, L.G., Tedeschi, R. Posttraumatic growth conceptual foundations and empirical evidence. Psychological Inquiry, Vol. 15. No.1, 2004, pp.1-18, pp. 4.
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