En nuestro número anterior de Voces incidíamos en el reconocimiento de la víctima y en la identificación de esta comopunto de partida y condición indispensable para la desvictimización, así como en el relevante papel que cumplimos las instituciones para propiciarla. En esta misma línea, a lo largo de estas páginas, queremos profundizar y avanzar en el proceso de desvictimización, añadiendo que este puede ir más allá de la recuperación de la mujer implicando también un crecimiento y fortalecimiento de la persona a través de la superación de la experiencia traumática en el fenómeno que se conoce como resiliencia.
Esta es una capacidad inherente en la persona y es más común de lo que hasta el momento se ha considerado tanto desde la psicología como de la intervención social.
La capacidad de las mujeres para proyectarse hacia el futuro, para generar esperanzas realistas y positivas, para tornar la vivencia traumática en bagaje e interpretarlo como forma de superación, es evidente y palpable en el día a día con aquellas que han sufrido una experiencia de trata. Y con frecuencia sorprende o descoloca a quienes no esperan que la que ha sido víctima de determinadas atrocidades pueda no solo sobrevivir salvaguardando su integridad, sino dotar de sentido a esta experiencia y a la propia vida.
No obstante, la resiliencia es un proceso dinámico que está sujeto a factores que dependen de la mujer y de su trayectoria vital y a factores que tienen que ver con el entorno, tales como las posibilidades de integración y el apoyo con el que pueda contar en su proceso de recuperación. En este último punto es en el que debemos tomar conciencia de la función crucial que desempeñamos quienes directa o indirectamente actuamos e intervenimos en su proceso de recuperación.
Para conocer cuál debe ser la línea de actuación de las instituciones debemos tener en cuenta que, quien ha padecido un delito de trata, es únicamente víctima en tanto acreedora de unos derechos por la agresión que ha sufrido; pero su condición no se agota en aquel hecho pasado concreto, sino que en sí alberga otras dimensiones, fortalezas y facultades de prospección y desarrollo que han de ser reconocidas por quienes las acompañamos, para favorecer su autonomía y empoderamiento y propiciar las condiciones para que emerjan dichas capacidades y que al ser redescubiertas por ellas resurjan de las cenizas como el Ave Fénix.
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